La crisis en la industria láctea uruguaya ya afecta a casi 300 trabajadores y genera preocupación en el interior

La industria láctea uruguaya enfrenta una de las situaciones más críticas de los últimos años, con el cierre de plantas, reestructuras empresariales y un impacto laboral que ya alcanza a cerca de 300 trabajadores en distintos puntos del país. El deterioro del sector responde a una combinación de factores climáticos, económicos y de consumo que han puesto en jaque la viabilidad de varias empresas, incluso de referentes históricos como Conaprole, Claldy y Calcar.

En Rivera, la cooperativa Conaprole confirmó el cierre de su planta número 14, lo que afecta a 22 funcionarios. Si bien la empresa ofreció el traslado a Montevideo, la mayoría de los trabajadores se niega a abandonar la ciudad, lo que podría derivar en despidos efectivos. Desde el sindicato se cuestiona la decisión al señalar que la planta, pese a un sobrecosto de operación de 1,5 millones de dólares, generó ganancias en el último ejercicio.

Por su parte, la láctea Claldy, instalada en Young, evalúa una reestructura que implicaría la desvinculación de unos 50 empleados, sobre un total de 204. A esto se suma la reciente venta de la planta de Calcar en Tarariras al grupo Nofrock S.A.S., operación que incluyó el compromiso de mantener los puestos de trabajo bajo un nuevo plan de exportación.

En el caso de la Cooperativa Láctea de Melo (Coleme), las autoridades negocian la posible venta a capitales argentinos representados por la firma Visturio S.A., con la expectativa de sostener los cerca de 30 empleos directos que hoy dependen de esa unidad productiva.

La Federación de Trabajadores de la Industria Láctea (FTIL) se declaró en estado de alerta y reclama al gobierno un monitoreo más estricto sobre las decisiones empresariales. Además, exige que se garantice la transparencia en el uso del Fondo de Reconversión de la Industria Láctea (FRIL), creado precisamente para evitar situaciones de quebranto y pérdida de empleos.

El impacto de la crisis no solo es económico sino territorial. Varios de los casos se concentran en ciudades del interior profundo, donde la industria láctea representa uno de los principales motores laborales y sociales. En Rivera, por ejemplo, se advierte una caída sostenida del consumo de leche fresca, que en siete años se redujo un 57 % en las ventas de sachet.

Según analistas del sector, los problemas se arrastran desde la sequía de 2023 y se profundizaron por las lluvias excesivas de 2024, lo que redujo la disponibilidad y calidad de leche. A ello se suma la competencia internacional, con productos de Argentina y Brasil a precios más bajos, y una caída del consumo interno en varias categorías.

Desde el gobierno, los ministerios de Trabajo, Industria y Ganadería siguen de cerca la situación y participan como mediadores en algunos conflictos. También promueven alternativas de inversión privada que permitan sostener la operativa y evitar un colapso mayor del sector.

El panorama es incierto. Mientras algunas plantas se transforman o buscan nuevos socios, otras enfrentan cierres inminentes y riesgo de despidos masivos. La industria láctea, históricamente considerada una de las más sólidas del país, atraviesa una fase de redefinición en la que se juega su futuro productivo y el sustento de miles de familias en el interior del país.

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