Se los ve de a dos, visten formal y recorren barrios. Son unos 400 jóvenes extranjeros que integran la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y deben cumplir reglas estrictas.
“Somos misioneros, estamos compartiendo el mensaje de Cristo para las familias”. Esa es una de las frases que suele usar el élder Esplin para iniciar una conversación. Otros encaran a la gente en la calle con una simple pregunta: “Señor, ¿usted cree en Jesucristo?”. Esplin tiene 19 años y podría decirse que es un mormón prototípico: alto y rubio, estadounidense, con acento extranjero y una placa negra que refleja su título (“élder” proviene de la versión mormona de la Biblia y significa “anciano”) y su apellido. Lleva pantalón de vestir, camisa y corbata. Está en Uruguay desde hace un año y es uno de los cerca de 400 jóvenes mormones que recorren las calles de todo el país.
Para los seguidores de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD o mormones), la misión es algo central. En el caso de los hombres, es un deber realizarla cuando tienen entre 18 y 25 años, y durante un período de dos años. Para las mujeres de entre 19 y 29 es opcional y más corta, por un año y medio.
Los misioneros, por su parte, se disponen para estar enfocados en lo que les toca. Si antes estudiaban y llevaban una vida igual a la de sus pares, ahora hacen un corte. Se “apartan” (así lo llaman) y disponen a seguir una serie de normas que describen desde la actitud general de obediencia hasta la necesidad de hacer ejercicio para “mantener el cuerpo en buena forma física para la obra misional”, pasando por lineamientos de preparación de alimentos y de relacionamiento con los demás. La mayoría de estos principios se encuentran recogidos en el manual “Normas misionales para los discípulos de Jesucristo”, disponible en la web de la Iglesia, junto a otros textos como “Adaptación a la vida misional” o “Safety zone”, sobre medidas de protección y seguridad.
Por ejemplo, en lo que se refiere a las relaciones con otros adultos, la primera recomendación de la normativa es “permanezca siempre con su compañero”, y le suceden consejos sobre el respeto y advertencias del tipo de “no coquetee ni se relacione inapropiadamente con nadie”. O “limite a un apretón de manos el contacto físico con alguien del sexo opuesto”.
La tecnología debe usarse con un propósito y siempre a la vista del compañero, pues es una herramienta misional y no algo para aliviar el estrés.
En todo caso, los dispositivos son revisados frecuentemente por el compañero, las videollamadas con los familiares están autorizadas el día lunes, y las relaciones con los demás contactos personales deben ser por correo electrónico ese mismo día. Las redes sociales se permiten solo si contribuyen a la misión.
“Somos personas normales. Nos ven con ropa diferente y saben que hablamos de Dios, pero tenemos vidas normales y deseo de ayudar”, comenta Esplin, con un acento donde se destaca la “ye” del Río de la Plata.
“La obra” implica golpear puerta a puerta, sí. Eso es lo que todos vemos: las parejas de jóvenes, vestidos formal, recorriendo calles de pueblos y ciudades. Pero hay más. En general la jornada de los misioneros mormones comienza a las seis y media de la mañana con ejercicio, preparación del día y estudio de las escrituras. En torno a las 10 salen a la calle y regresan a la una para el almuerzo en la casa de algún miembro de la iglesia. Luego estudian con el compañero (por ejemplo idioma español) y a las tres y media salen otra vez, para regresar a su casa en torno a las nueve de la noche, preparar la cena y dormir.
Los mormones dicen que van en pareja porque siguen el mandato de Jesús, que los envió así para anunciar el Evangelio. La dupla es fundamental en la misión: viven, rezan y estudian juntos, comparten las horas de trabajo en la calle y el tiempo de descanso. Crean entre ellos lazos muy fuertes, que se regeneran cada vez que hay cambios.
Ser misionero en un país laicista puede ser duro, ¿en qué medida impacta en la actitud de los mormones? El élder Ramos concede: “Al principio de la misión es normal sentirse más frustrado ya que las personas no quieren escuchar el mensaje que uno siente que es verdadero. Pero, con el tiempo, uno entiende que es más importante el esfuerzo que el resultado y que conviene seguir a pesar de que no quieran escuchar”.